Capítulo VIII, El Rescate

“Cuando todo se va al infierno, la gente que está a tu lado sin vacilar es tu familia”.
Jim Butcher

12-Dic-2012 – 09:40.20 AM. Cuando Ulrich y su esposa Helga se disponían a entrar a la Escuela de Secheron, Ulrich la sujetó por el brazo y le dijo:

-Helga, espera un momento, antes que entremos a ver a nuestros hijos, quiero que decidamos lo que vamos a hacer. Hagamos primero un plan para que no vayamos a titubear frente a ellos, eso podría generarles inseguridad.

-De acuerdo Ulrich, me parece bien.

-Mira, hace unos meses traje a casa un estuche de color azul oscuro que tenía en su cubierta las siglas del CERN… ¿Recuerdas haberlo visto?

-Si, por supuesto, me acuerdo perfectamente porque lo dejaste tirado en el mueble de la entrada donde está el teléfono y dejamos las llaves de los autos y la correspondencia.

-¿Y qué hiciste con él?

-Pues miré su contenido. En su interior había una credencial con tu foto, tu nombre y una banda magnética, un aparato parecido a un teléfono móvil y, si no recuerdo mal, creo que también había un mapa.

-Está bien amor, pero no me refería a eso… ¿Lo guardaste en alguna parte?

-Sí, como me pareció algo importante, lo puse en la caja fuerte que tenemos en el armario de nuestra habitación… ¿Por qué preguntas?

-Porque ese estuche me lo dieron los de seguridad del CERN y creo que ellos sabían de todo esto que está pasando. Debemos recuperarlo y activar el localizador que tú dices que era como un teléfono móvil.

-¿Pero cómo piensas activarlo si todo lo eléctrico está estropeado?

-Te puedo asegurar que funcionará. He atado todos los cabos y estoy seguro que nos los dieron porque sabían de esto.

-Está bien Ulrich, eso significa entonces que debemos ir a casa a buscarlo y está un poco lejos para ir caminando. ¿Cuántos kilómetros son desde aquí hasta casa?

-Son casi 4, pero no queda más remedio que ir Helga. Escúchame, tenemos sólo dos alternativas. Una de ellas es que yo vaya sólo a casa y active el localizador para que me contacten y luego vengo a buscarlos a ti y a los niños a Secheron… y la otra es que vayamos los cuatro juntos.

-Pues solo no irás. No estoy dispuesta a perderte. O vamos todos juntos o no nos movemos de aquí. ¿Cuánto tardaremos?

-Con los niños, creo que 1 hora y media.

-Bien, vamos por los muchachos dijo Helga.

Ulrich y Helga entraron a la escuela de sus hijos y la Directora, la Sra. Agnes tenía a todos los padres que habían logrado llegar y a todos los alumnos reunidos en el patio central, a pesar del frió y de las amenazas de lluvia, informándoles de las medidas que habían tomado las autoridades de la ciudad para enfrentar la emergencia. Les decía que la recomendación del Centro de Operaciones de Emergencia Nacional, a dónde había ido el profesor Klauss a pedir instrucciones, era que todos volvieran a sus casas tranquilamente y que a partir de las 11:00 AM se comenzaría a abrir los refugios atómicos disponibles para que fueran usados por la población. Fundamentalmente porque habría otra tormenta solar por la tarde y era mejor estar protegidos, Mientras Agnes hablaba, Ulrich y Helga se ubicaron en una de las terrazas elevadas que enfrentaban al patio, para ubicar a sus hijos. Estaban en eso cuando Christel, gritó…

-Mami, estamos aquí.

Helga y Ulrich miraron hacia lugar de donde provenía la voz de su hija hasta que sus miradas lograron fundirse con las miradas de Christel y Andreas. Helga no pudo contener su emoción y se le escaparon algunas lágrimas mientras ambos bajaban a reunirse con sus dos pequeños.

A los pocos minutos, Agnes terminaba de entregar la información e impartir instrucciones y, tanto padres como hijos, ya más tranquilos, volvían a sus salas de clases para preparar su vuelta a casa.

Por su parte, Helga, junto a sus hijos se dirigieron también a sus salas de clases a recoger sus pertenencias, mientras, Ulrich, conversaba con Agnes acerca de la información que le había proporcionado el Centro de Operaciones de Emergencia Nacional. Cuando Helga volvió con los chicos para irse del colegio, ésta llamó aparte a Ulrich y le dijo:

-Mi amor, ¿Valdrá la pena hacer el viaje hasta nuestra casa? ¿No será mejor irnos a uno de los refugios que están por aquí?

-Helga, yo creo que no. Como te decía hace un rato, yo tengo la sospecha que los de seguridad del CERN sabían que este problema se iba a producir, por eso nos dieron el estuche con el localizador y nos indicaron que debíamos ir a un refugio específico que tenía un nombre como Urtmann, Surtmann o algo así. Ese refugio debe tener condiciones especiales para poder sobrevivir a este desastre que, por lo que alcancé a escuchar por el radio del auto, es global. Así que vamos a casa, activemos el localizador y esperemos a ver qué pasa. Si no, nos vamos al refugio más cercano que haya en nuestro barrio de Chambesy… ¿Te parece?

-Está bien Ulrich, hagamos lo que dices

Y así fue como toda la familia Oversen se despidió de todos y cada uno de los profesores que aún quedaban en el colegio y su Directora, la Sra, Agnes, con fuertes abrazos y manifestaciones de cariño que hacían que el duro momento que estaban viviendo se hiciera más llevadero. Y finalmente partieron rumbo a su hogar por Dejean hacia la Avenida Lausenne y por ésta al norte, a Chambesy. 12-Dic-2012 – 9:57:09 AM.

El trayecto fue bastante pesado y tortuoso para toda la familia porque los niños no estaban acostumbrados a caminar tanta distancia, por lo que Ulrich tuvo que turnarse para llevar en sus hombros, tanto a Christel como a Andreas, gran parte del camino. Mientras caminaban vieron escenas muy dramáticas de grupos de personas que lloraban, que gritaban y reclamaban contra las autoridades, augurando el fin del mundo, que esto era el castigo de Dios, otras que simplemente rezaban y otros que peleaban a puñetazos o que se insultaban unos a otros, situaciones que impactaron y asustaron mucho a los pequeños que, por momentos, no pudieron evitar echar sus lagrimones. Era claro que la emergencia ya estaba produciendo estragos en los comportamientos de las personas. Lo positivo fue que cada tantos minutos pasaban helicópteros de la fuerza área Suiza pidiendo calma a través de sus altavoces a toda la gente que se encontraba en tierra, a quienes les indicaban que debían dirigirse a los refugios atómicos más cercanos porque éstos ya estaban habilitados y disponibles para ser ocupados mientras durara la emergencia. Lo mismo ocurría con el personal de los servicios de emergencia, incluido la policía, que aunque estaban sin transporte motorizado y se movilizaban a pie o en bicicleta, hacían uso de sus megáfonos para informar a la población y entregarles instrucciones acerca de lo que debían hacer y a dónde dirigirse, lo que afortunadamente fue calmando los ánimos de todos.

Cuando por fin, la familia Oversen logró llegar a su casa en calle la Fontaine, en Chambesy, la angustia, la tensión y el cansancio que traían todos se desvaneció por una rato y la tranquilidad parecía llegar a sus vidas nuevamente, al menos por unos momentos. Entraron a la cocina y todos bebieron agua con la ansiedad propia del que ya empieza a deshidratarse después de un esfuerzo físico importante. Ulrich, con la botella de agua mineral en la mano se fue a su habitación, corrió las cortinas para permitir que entrara la luz y abrió el armario donde se encontraba la caja fuerte, y por supuesto, estaba cerrada ya que todo su circuito electrónico estaba dañado y entonces grito desesperado,

-¡Mierda! y comenzó a llamar Helga que estaba con los chicos aún en la cocina preparándoles algo de comer.

-Helga, Helga, por favor ven… dime dónde están las llaves de la caja fuerte, grito con tono ansioso.

Helga apareció en la habitación y le dijo…

-Calma Ulrich, calma por favor, con esa actitud sólo les provocas miedo y angustia a los niños, ten, aquí están las llaves.

-Perdón Helga, tienes razón. Y abrió la caja fuerte. Buscó el estuche del CERN y sacó el comunicador. Lo revisó por un momento para buscar el interruptor de encendido, lo presionó y una luz de color verde comenzó a parpadear. Y el alma le volvió al cuerpo.

-Bien Helga, ya estamos y ahora, a esperar. ¿Ves? Yo sabía que esto funcionaría.

-¿Y aparte de esperar qué hacemos? Dijo Helga.

-¡Maletas!, hagamos las maletas o más bien preparemos unas mochilas, ya que de seguro nos llevarán al refugio del que nos hablaron los de seguridad del CERN. ¿Cómo se llamaba? Antes te dije algo así como Urtmann, pero creo que es Turtmann, si es Turtmann. ¿Lo conoces Helga?

-¿El refugio? No, no lo conozco, pero sí, he estado en un poblado llamado Turtmann, y si es el mismo lugar, está como 200 KM de aquí, hacia el este, en la zona de Valais, casi a orillas del Ródano y a los pies del Barrhorn, uno de los montes más altos de Suiza, dónde además está el glaciar de Turtmann. Cuando adolescente fui con un grupo de amigos de excursión. Es un lugar muy hermoso. Se va por la A40.

-Mira tú, le dijo Ulrich, quien lo diría. Yo ni siquiera sabía que existía hasta hace poco.

-Bueno, eso no es muy extraño si te la pasas todo el tiempo en el CERN trabajando desde que te conozco, contestó Helga con una sonrisa picarona.

-Ulrich miró a su esposa con ternura y tomándola por la cintura la atrajo hacia él. Helga no pudo más que entregarse al beso apasionado y amoroso que los labios de Ulrich le ofrecían. Estaban en ese momento de tiempo eterno, con sus bocas entrelazadas y sus cuerpos en una fusión ardiente, disfrutando de ese pequeño espacio de intimidad, donde la tensión ya no existía y el sosiego se hacía sentir en sus corazones, cuando de repente, comenzaron a experimentar una extraña sensación; el piso comenzaba a moverse, lentamente, con un pequeño vaivén al principio, mientras que un ruido sordo y profundo iba creciendo a su alrededor. De pronto escuchan el grito de Christel…

-¡¡Mamáaaaaaa!!, ¿Dónde estás? ¿Qué está pasando?

-¡¡Christel!! gritó Helga. Y como lanzados por un cohete, Helga y Ulrich corrieron hacia la cocina donde estaban sus hijos. Al encontrarse, Ulrich grita:

-Vengan aquí, métanse debajo de la mesa de la cocina. Y los cuatro se acurrucaron bajo la mesa, bien abrazados y medio muertos de miedo. Helga pedía a Dios que nada les pasara, Christel estaba paralizada y sin habla, Andreas abrazado a su padre, asustado pero expectante y Ulrich muy atento a todo lo que estaba pasando y diciéndose mentalmente…

…-Ulrich, calma, tranquilo, debes conservar la calma. Tú familia depende de ti. No puedes darte licencia para sentir miedo. Debes transmitirles tranquilidad.

El movimiento sísmico seguía su curso e iba aumentando en intensidad y el ruido subterráneo se hacía más y más ensordecedor. De pronto, la violencia del sismo aumento y comenzaron a caerse las cosas desde las alacenas al piso, haciéndose todo añicos. El miedo crecía, haciéndose cada vez más intenso y el terremoto parecía no terminar nunca, el suelo se movía cada más fuerte y daba la sensación como si estuvieran revolviendo el suelo igual que cuando se revuelve el café o el chocolate en una taza. Helga y Ulrich, ya al borde de la crisis de pánico y de salir en estampida de ahí, comenzaron a levantar la voz diciendo:

-¡Qué pare, que pare, Dios mió! ¡Dios mío, haz que pare por favor, que pare, te lo suplico, que pare…!

Al cabo de 2 minutos, la intensidad comenzó a bajar, lo mismo que el ruido y, al cabo de unos segundos más, el movimiento cesó. Christel, Andreas y Helga sollozaban entrecortadamente, intentando calmarse. Ulrich los abrazó a los tres y los consoló por un rato, luego salió del escondite y cerró la llave del gas y ayudó a su familia a salir de debajo de la mesa. Un poco más calmados, miraron a su alrededor y prácticamente todos los utensilios y la loza estaban regados por el piso echo añicos. Salieron fuera de la casa, donde todo era una caos. Las sirenas de los refugios atómicos sonaban a todo dar. Los vecinos y los transeúntes que pasaban por ahí estaban parados, petrificados por el miedo, varias personas se arrodillaron en la calle y se pusieron a orar, algunas casas estaban medio derrumbadas, otras habían perdido gran parte de sus tejas. Al mirar su propia casa, ésta estaba en pie, pero una de las paredes del salón principal que deba al jardín estaba toda partida y a punto de caerse. Muchas de la tejas habían caído también y estaban desperdigadas por todo el jardín.

Ulrich… dime ¿Cuándo va a terminar esto? ¿Qué está pasando mi amor? En verdad estoy muy asustada, ¿Qué vamos hacer? Suiza no es un país sísmico… ¿Por qué se ha producido un terremoto? ¿Dime, por qué? Esto es espantoso. No sé si podré soportarlo Ulrich.

-Helga, cálmate por favor. En verdad no tengo idea del por qué está ocurriendo todo esto. Sólo sé que está pasando en todas partes de mundo, eso fue lo que escuche esta mañana antes de quedarme sin energía en el auto, mi amor. Yo también estoy asustado, pero ahora más que nunca debemos ser valientes y hacer lo imposible para sobrevivir e infundirles valor y esperanza a nuestros hijos.

-Está bien, tienes razón, dame un momento por favor.

-Si mi amorcito… Y ahora te pido que por favor te quedes unos minutos a solas con los niños y permíteme ir a ver cómo están nuestros vecinos, Paolo y Ester. Mira su casa, parece estar bastante dañada y nos lo veo aquí fuera. Déjame asegurarme que están bien.

-Bien, pero date prisa por favor No quiero estar sola.

Ulrich se acercó a la casa de sus vecinos llamándolos en voz alta y como nadie respondía, decidió abrir la puerta y, al entrar, en el salón de la casa se encontraban Paolo y Ester sentados en uno de los sofás. Ester tenía la mano de su marido tomada acariciándosela. Paolo, que era varios años mayor que ella, lucía quieto, demasiado quieto, con sus ojos abiertos, con la mirada perdida y con un rictus en su cara que reflejaba un terror abrumador.

-Ester, Paolo, dijo Ulrich, vengan, vamos, salgamos de aquí, déjenme ayudarles. Vengan por favor, Helga y los chicos están afuera.

-Ester miró a Ulrich con una profunda pena, tan profunda que Ulrich sintió como esa mirada, que lo penetraba hasta lo más profundo de su ser, le desgarraba el alma. Nunca se había sentido tan desvalido, tan solo, con el corazón tan dolido. La mirada de Ester lo había aniquilado emocionalmente.

-No Ulrich, déjame aquí, junto a mi hombre, mi compañero, mi amigo, mi amante, mi marido. Hoy estábamos de aniversario… Y después de todo parece que el mundo llega también hoy a su fin… No Ulrich, no voy a ir contigo a ningún lado, No tengo deseos de vivir sin él. Por favor vete y déjanos en paz, te lo pido desde lo más profundo de mi ser.

-Pero Ester, por favor… Ulrich se acercó a Paolo para verlo más de cerca y pudo comprobar que éste había fallecido.

-No, dijo nuevamente Ester, déjanos, soy yo quien te lo pide por favor.

-Está bien Ester, perdóname, ¿Pero te das cuenta lo difícil que se hace para mí no poder ayudarte? ¿Dejarte aquí sola? Sin saber lo que va ser de ti, si hay otro terremoto u otra situación de peligro…

-Si lo sé, pero es mi decisión. Para mí el mundo ya se acabó… y ahora, permíteme estar con mi esposo. Tú vete con tu familia que te necesita mucho más que yo.

-Entiendo Ester y respeto tu decisión, despidiéndose de ella con un beso en la frente.

Y Ulrich salió de la casa y se encaminó hacia donde estaba Helga con su hijo Andreas y su hija Christel en brazos, hablando con otras personas acerca de los sucesos que estaban ocurriendo. Al acercarse, Ulrich saludó a los presentes con un movimiento de cabeza y tomando de la mano a Helga y a Andreas se fueron a su casa. Mientras caminaban, Helga le preguntó por los vecinos y Ulrich le respondió con un escueto, no estaban en casa.

La familia Oversen entró nuevamente a su casa, con mucho cuidado, sorteando todos los obstáculos que había a su paso y juntos comenzaron a preparar sus mochilas y esperar su rescate. Al cabo de unos minutos, un enorme helicóptero militar Súper Puma AS 532 aterrizaba en la calle, frente a su hogar.

Dos militares bajaron y se dirigieron a la casa de los Oversen a toda carrera. Ulrich ya estaba en la puerta. Uno de los militares preguntó:

-¿Es Ud. Ulrich Oversen?

-Sí, soy yo.

-Venimos a buscarlo a Ud. y a su familia señor. Debemos llevarlo urgentemente al refugio en Turtmann.

-Bien estamos listos, dijo Ulrich. Helga, niños, vamos.

Una vez que ya estaban todos reunidos en la puerta con sus mochilas en la espalda, los militares les indicaron que los siguieran hasta el helicóptero, al cual les ayudaron a subir. Una vez arriba, le pusieron a Ulrich unos audífonos para que pudiera comunicarse más fácilmente con los militares que los acompañaban, ya que el ruido del helicóptero apenas permitía oír lo que hablaban. Al tomar ya plena consciencia de lo que ocurría al interior del aparato, grande fue su sorpresa, al ver a otras personas que como ellos, habían sido también rescatadas. Helga y Ulrich las saludaron con un movimiento de cabeza. El helicóptero inició su ascenso y después de dar unas vueltas por el vecindario, emprendió el vuelo hacia el este, a toda velocidad, cruzando por encima del lago Léman, hacia Turtmann. Era ya medio día y comenzaba a llover.

Mientras tanto y al mismo tiempo que el helicóptero se elevaba, en tierra, algunos de los vecinos que aún se encontraban en sus casas, salieron a la calle a ver lo que pasaba. El miedo se veía reflejado en sus caras y agitaban sus manos pidiendo ayuda a los militares, pero éstos sólo se limitaron a hacer un llamado a la calma por los altavoces del helicóptero y decirles que se dirigieran lo más pronto posible a los refugios habilitados en la zona.

-Ulrich, que había visto caer un avión comercial en la mañana, preguntó a uno de los militares…

-¿Oiga, cómo podemos estar seguros que no nos llegarán los efectos de otra tormenta solar que haga caer a este Helicóptero?

-En verdad no lo sabemos señor, pero según el pronóstico, no habrá otra hasta las 20:00 hrs. de esta noche.

-¿A dónde vamos papá? interrumpió Andreas, gritando para hacerse oír ¿Por qué nos llevan en helicóptero estos militares? ¿Has hecho algo malo papá?

-No, por supuesto que no Andreas. Sólo nos están ayudando y nos llevan a un refugio donde estaremos a salvo.

-¿Y qué pasará con nuestra casa, preguntó Christel, haciendo un enorme esfuerzo para ser oída?

-Nada Christel, seguirá donde está, le gritó Helga.

-Pero es que yo quiero irme a mi casa, mamá, dijo casi llorando Christel.

-Si mi amor lo sé, contestó Helga… y volveremos, pero no todavía. Ahora pasaremos unas vacaciones en un lugar nuevo y diferente. ¿A caso no te gusta viajar en este helicóptero?

-No porque hace mucho ruido.

-A mí sí me gusta, gritó Andreas

En el Súper Puma viajaban los dos pilotos, 3 militares y 20 civiles, entre ellos, la familia Oversen. Se dirigían rumbo a Turtmann a unos 250 Km por hora.

-Uno de los civiles que también tenía unos audífonos, pregunto…..

-¿A qué hora llegaremos al refugio?

-En 40 minutos Sr. Neumann, eso será a la una menos veinte..

-¿Hay mucha gente ya en el refugio de Turtnamm?

-Hasta ayer había unas 53 mil personas.

-¿Y a cuantos refugiados puede albergar?

-A unos 250 mil, Señor.

-¿Entonces debe ser enorme?

-Sí señor, lo es.

-¿Sintieron el terremoto? Preguntó Ulrich

-No, contestó el militar, estábamos en el aire, pero nos enteramos por la radio, desde la base nos lo informaron. Desde aquí arriba sólo se veía como que se levantaba una nube de polvo, pero nada más. Dijeron que fue de una magnitud de 6.2 Richter. Nunca antes habíamos sufrido un sismo aquí en Suiza.

-¿Y Ustedes? dirigiéndose al Sr. Neumann

-No, tampoco lo sentimos, ya que también estábamos en vuelo, en este mismo helicóptero.

-Pues fue muy fuerte, eternamente largo, parecía no acabar nunca, una sensación espantosa.

-Señores nos informan desde la base que un nuevo terremoto se está produciendo allá abajo, dicen que se trata de un réplica… un momento, hay algo de interferencia… Fue de 5.1 Richter…

Mientras volaban hacia Turtmann, Ulrich, Neumann y el resto de los militares continuaron comentando los acontecimientos de la mañana y compartiendo información. Helga y los niños, ya mucho más tranquilos, miraban por una de las ventanillas y el resto de los ocupantes lo hacían por las otras. La lluvia, por su parte, arreciaba.

Al cabo de unos 15 minutos, los pilotos anunciaron que ya estaban próximos a llegar. Efectivamente a lo lejos se podía divisar, a pesar de la lluvia, una pista de aterrizaje para aviones, con orientación este/oeste, donde en ese mismo instante, estaba aterrizando un avión Boing 737 de bandera española. También existía a los costados norte y sur de la pista, lugares delimitados para el aterrizaje y despegue de helicópteros. El movimiento de naves era enorme. Los helicópteros iban y venían y más aviones se veían prontos a aterrizar. Era claro que se estaban haciendo grandes esfuerzos para salvar a la mayor parte de los elegidos.

Poco a poco los pilotos fueron haciendo la maniobra de acercamiento hasta que finalmente el Súper Puma se posó en la pista.

Todos los civiles de abordo aplaudieron, rieron y se abrazaron entre ellos y a los militares que los habían traído, como una manera de agradecer y botar la tensión acumulada por los duros acontecimientos vividos. Ahora se sentían a salvo.

Christel y Andreas, en tanto, se aferraron firmemente a las manos de su madre, expectantes… La puerta del Helicóptero se abrió y comenzaron a bajar. 12-Dic-2012 – 12:43:09 PM.

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